Cómo entender la soledad del analista. Jorge Sosa (Barcelona) “La Escuela y su psicoanalista”, de Jacques-Alain Miller. Iván Ruiz (Barcelona) La Escuela comunidad y la Escuela sujeto. Josep María Panés (Barcelona)

Cómo entender la soledad del analista. Jorge Sosa (Barcelona)

Lacan diferencia entre la causa del deseo y el objeto del deseo, y señala también que la interpretación apunta a la causa, es decir, a lo que el deseo vela en su orientación hacia el objeto. La causa, el plus de goce que llamamos objeto “a”, es entonces eso de lo que el sujeto huye, eso que lo angustia y hace que busque alivio en el Otro, un sentido a su malestar. En otras palabras, busca que el Otro tome a su cargo la responsabilidad de ese exceso que rompe el principio del placer. Se podría decir entonces que por la vía del fantasma el sujeto hace pasar el goce al campo del Otro, dándole una consistencia y una función gracias a la cual “no está solo”. En la clínica vemos hasta qué punto el sujeto está dispuesto a sostener esta relación con un Otro fantasmático con tal de no asumir el plus de goce.

Se supone que el analista está en otra posición. En el último párrafo del seminario sobre la angustia leemos: “Conviene, sin duda, que el analista sea alguien que, por poco que sea, por algún lado, algún borde, haya hecho entrar su deseo en este “a” irreductible, lo suficiente como para ofrecer a la cuestión del concepto de la angustia una garantía real”. Reintegrar el deseo a su causa implica el recorrido inverso que el de la constitución del síntoma como defensa frente al goce del inconsciente. También implica desandar el camino que hace consistir al Otro como partenaire del sujeto y soporte del goce del cual no se hace responsable. Por otra parte Lacan aclara que reintegrar el deseo a su causa no tiene nada que ver con ningún tipo de autoconciencia ni con ser “causa de sí”, ya que de este postulado no podría surgir ninguna “garantía real”. Dicha garantía surge en todo caso de la deflación del Otro que produce un análisis y de la asunción por parte del sujeto de su “ser de goce” en su opacidad. Alcanzar ese punto en el que se separan el Otro y el goce, y el Otro deja de ser el soporte del goce rechazado, abre la posibilidad del acto analítico, donde el analista no está como sujeto sino como objeto, incluso como desecho del Otro.

Entonces ¿qué clase de soledad es la del analista? Evidentemente no tiene nada que ver con el aislamiento fantasmático donde el sujeto se pone en escena o con el de la psicosis en que el Otro está más presente que nunca. Es la soledad del que sabe que el Otro no existe y por lo tanto sólo él es responsable de sus actos y de su goce. Pero que no lo conduce al aislamiento sino a interesarse por el otro precisamente por ser otro y no por ser su reflejo narcisista o su kakon odioso. De ahí que Lacan, en su discurso a los católicos, proponga una manera diferente de entender el amor al prójimo: se trataría de amar al prójimo en tanto él también está sólo y confrontado con el mismo vacío del Otro. Cito: ”¿Sólo he logrado introducir en su espíritu las cadenas de esta topología que pone en el centro de cada uno de nosotros este lugar abierto desde donde la nada nos interroga sobre nuestro sexo y nuestra existencia? Este es el sitio donde tenemos que amar al prójimo como a nosotros mismos, porque en él este lugar es el mismo” (pag. 61). Amar al prójimo en tanto él también tiene que arreglárselas con ese real que escapa a cualquier sentido y que es el mismo que nos agujerea a cada uno de nosotros. Es este saber lo que sostiene y orienta al analista en el dispositivo analítico a la hora de acompañar a otros en la experiencia de atravesar la angustia y hacer algo con ese vacío.

Pero qué hacer con este saber en el campo social, político y cultural más allá del dispositivo analítico. Allí también se podría decir que el analista, o en este caso los analistas, experimentan cierta soledad, puesto que como dice Lacan, el psicoanálisis es un síntoma de la civilización. Además agrega que la civilización trabaja con ardor para curarse de ese síntoma, para reprimirlo, para ahogarlo en el sentido. ¿Cómo intervenir en estos campos teniendo como referencia un saber que la humanidad rechaza y que es la causa de todos los delirios que inventa para no despertar de su sueño, aunque este sueño sea lo más parecido a una pesadilla? Hacer de este saber una bandera es temerario, implica que el psicoanalista sea rechazado junto con el inconsciente. La escuela es en todo caso el lugar idóneo para preservar este saber y desarrollarlo, así como para pensar las maneras de incidir en la sociedad y asegurar su transmisión. Entiendo que en su relación con la causa analítica el analista siempre está solo, pero esa soledad a la hora de responsabilizarse de su acto lo impulsa a asociarse con otros para hacer existir ese síntoma tan útil para la humanidad que es el psicoanálisis.

“La Escuela y su psicoanalista”, de Jacques-Alain Miller. Iván Ruiz (Barcelona)

La pregunta que la Escuela debe promover siempre abierta es: ¿Qué es un analista? De hecho, en la definición de Escuela ofrecida por Lacan en 1964, año de la proclamación de su «Acto de fundación», no hay estrictamente nada que defina al psicoanalista; hay un agujero en ese lugar.

El texto aquí comentado, «La Escuela y su psicoanalista», pertenece a la Sesión inaugural del I Seminario del Campo Freudiano en Andalucía, dictada por Jacques-Alain Miller en 1990. Fue entonces el momento de la creación de la Escuela Europea de Psicoanálisis, una ocasión óptima para revisar la fundación de la Escuela que llevó a cabo Lacan.

En dos tiempos, fue. El primero, en 1964, con su «Acto de fundación» y el segundo, en 1967, con la «Proposición del 9 de octubre sobre el psicoanalista de la Escuela». Entre el primer tiempo y el segundo pasaron tres años, periodo de gestación que llevó a Lacan desde la soledad del Fundo tan solo como siempre he estado en mi relación con la causa psicoanalítica a la proposición que sometió a discusión después entre los que le siguieron.

Miller se refiere al primer tiempo como la elección forzada de Lacan: ... sólo le quedaba desaparecer del psicoanálisis o formar su propia Escuela. Sabía, y dijo, que no hay sujeto colectivo de la enunciación, que quien dice Fundo lo hace solo. Pero para ello, el solo en francés (seul) le dispensó una doble significación: no es lo mismo estar solo (être seul) que ser el único (être le seul). Así, quien funda una escuela ya no está sólo, se considera uno más en la lista de miembros.

En el Fundo performativo y unilateral no encontramos nada de la definición y la habilitación del psicoanalista. Es por ello, señala Miller en la clase «Del acto a la proposición» de su curso El banquete de los analistas, que se produjo una insurrección bastante rápida de sus alumnos analistas. Lo que se destaca en el texto de la Fundación es el trabajo. Para Lacan se trataba de un trabajo producido en carteles. Así, decir que la Escuela es un órgano de trabajo es decir también que no es un órgano de reconocimiento de los analistas. Si se efectúa algún reconocimiento es el del trabajo, cosa que implica encontrar permanentemente las vías necesarias para la difusión de las producciones que de ese modo han sido producidas.

En el vacío del lugar del psicoanalista en la Escuela se elevará, tres años después de la Fundación, la «Proposición...». En ella se consideraba la relación de garantía entre el sujeto y la formación que recibe, y explicitaba el principio el analista solo se autoriza a sí mismo. Luego, el pase y la «Proposición...» son una propuesta a la Escuela sobre la base del «Acto de fundación», que responde a la pregunta precisa por la garantía que dicha Escuela puede aportar de que un sujeto, un analista, proviene de su formación.

En el tiempo uno fue la Escuela con sus trabajadores; en el tiempo dos consistió en definir al psicoanalista adecuado para esta Escuela de trabajadores. No trabajadores cualquiera sino aquellos permeables a la inducción misma a la que apunta mi enseñanza, decía Lacan, refiriéndose a lo que llamará la «transferencia de trabajo». La Escuela y su psicoanalista están llamados a albergar el vacío de una enseñanza no encerrada en sí misma, sino con efectos fuera de ella, que induzca a otros a realizar un trabajo.

Referencias:
Miller, J.-A. Introducción a la clínica lacaniana. Ed. Gredos, Barcelona. 2006.

Íbid. Pág. 252.

Lacan, J. “Proposición del 9 de octubre de 1967 sobre el psicoanalista de la Escuela”. Momentos cruciales de la experiencia analítica. Ed. Manantial, Buenos Aires. 1987. Pág. 7.

Miller, J.-A. El Banquete de los analistas. Ed. Paidós, Buenos Aires. 2000. Pág. 210.

Miller, J.-A. Introducción a la clínica lacaniana. Ed. Gredos, Barcelona. 2006. Pág. 265.

La Escuela comunidad y la Escuela sujeto. Josep María Panés (Barcelona)

La “Teoría de Torino acerca del sujeto de la Escuela”, de J.-A. Miller, y Los objetos de la pasión, de E. Laurent, aportan herramientas de gran utilidad para tratar los impasses de la Escuela; también los actuales.

Tomo esta primera cita del texto de Miller: “Lo colectivo, las formaciones colectivas, los grupos, también una Escuela, se analizan como una multiplicidad de relaciones individuales respecto al Uno del Ideal del yo.”

En los períodos de crisis se acentúan los fenómenos grupales en el funcionamiento de la Escuela, en perjuicio de la verdadera conversación entre sus miembros. Aquello que entra en crisis en la función del Ideal, también presente en la Escuela -“Si hubiera una anulación de la función del Ideal, no habría comunidad de Escuela” -, produce una acentuación del malestar; malestar que llama a la interpretación, que tiene siempre “un efecto disgregativo”, por el que “cada uno es reenviado a su propia soledad”. En su ausencia -o en el rechazo de sus efectos- la lógica que Freud aisló en la psicología de las masas, y que Miller revisa en el citado texto, abre la puerta a los efectos imaginarios, que se hacen presentes en la escena, y que hacen surgir un Otro nuevamente consistente -el del amor, el odio, la suposición de mala fe.

Mi recurso para descompletar a este Otro fue, durante bastante tiempo, un cierto uso del saldo cínico: no esperar demasiado de la Escuela que, sostenida por una comunidad, no podría nunca verse libre de los efectos de grupo; así, creía mantenerme a distancia de lo que me aparecían como excesos, de entusiasmo o de decepción.

Una tesis de Laurent me aporta, en este punto, un efecto de interpretación: “La construcción de la Escuela de Psicoanálisis es un anti-cinismo en acto. La Escuela está hecha para dar un lugar que no sea cínico, un lazo social posible en la ciudad de los analistas, allí mismo donde los analistas no creen más en los significantes-amo.”

Este lazo social es posible; sólo posible, pero posible. Y apostar por él, implicaba tomar la palabra para salir del aislamiento en el que también es posible quedar atrapado; aislamiento que, queriendo tomar distancia del Ideal, dejaba fuera al Otro de la Escuela que, a un cierto nivel, es el de la enunciación concreta, contingente, de cada uno de los colegas; sí, a este nivel se producen, eventualmente, los efectos imaginarios, pero es también la única vía por la que se avanza en la construcción de la Escuela.

La argumentación de Laurent prosigue, acotando la función del Ideal: “Sabemos bien que no vamos a encontrar aquella Escuela donde el S1 y el S2 estén tranquilos. Y, a pesar de todo, pasamos nuestro tiempo repensando la Escuela, teniendo crisis en la Escuela y recreando la Escuela. En efecto, es así, no hay otra solución, hay sólo el deseo de la Escuela.”

Este planteamiento está en las antípodas de la idea de Escuela como Ideal performativo, que se realizaría por la sola formulación de sus principios y la adhesión de sus miembros. Se trata, entonces, de la Escuela como un funcionamiento; un funcionamiento posible, efecto de un trabajo en acto, orientado por el “deseo de la Escuela”; un funcionamiento quizás intermitente, sometido a un efecto de pulsación, de apertura y cierre, análogo al del inconsciente (Lacan, Seminario XI).

Al igual que la Escuela “no es idéntica a la asociación legal que constituye para dar lugar a la emergencia de su sujeto supuesto saber” (Miller), la Escuela no se confunde con lo ineliminable del funcionamiento de toda comunidad: los narcisismos, las camarillas (la multiplicación fractal de la estructura y el funcionamiento del grupo, dentro del grupo mismo), los excesos en las afinidades y los rechazos.

Miller afirma (en un texto del que no conservo la referencia) que todo conflicto es fantasmático y es abordado en tanto que tal; pero el real en juego podrá ser -o no- cernido, localizado, nombrado. Topar con un real -también en la política de la Escuela- no implica una crisis; quizás ésta se produce si la respuesta a ese encuentro se hace desde el fantasma, articulado con el “Otro de síntesis” (en expresión de Enric Berenguer) que es, para cada cual, la Escuela.

“Eso que Lacan llama una Escuela es una formación colectiva de la cual, en teoría, cada miembro lo sabe. (…) esto es, que cada uno está solo: solo con el Otro del significante, solo con el propio fantasma –que tiene un “pie en el Otro”- solo con el propio goce éxtimo” . (Miller)

Este saber implica una relación con el discurso analítico que no es cualquiera. Es una relación de sujeción al discurso analítico, que se produce, en primer lugar, en la práctica analítica, en cada cura, en cada verdadero acto analítico. Pero, al nivel de la Escuela, la sujeción al discurso analítico -al que la vida de la comunidad tendría que poder ajustarse, como límite a lo grupal- implica que la queja no vaya sin la rectificación subjetiva que todo verdadero análisis ha de producir, casi como una instancia permanente en el sujeto: ¿cuál es mi parte en el desorden que señalo o denuncio en el Otro?

La apuesta de la Escuela “presupone, en efecto, que sea posible una comunidad de sujetos que conocen la naturaleza de los semblantes y cuyo Ideal, el mismo para todos, no es otra cosa que una causa experimentada para cada uno a nivel de su propia soledad subjetiva, como una elección subjetiva propia (…) que implica una pérdida.” (Miller)

La sujeción al discurso analítico es lo que puede hacer posible esa comunidad de sujetos que, paradójicamente, articulen su relación al Ideal con el saber sobre su soledad. Y, según la lógica de los dos textos citados, esa es la condición para que en la Escuela no predomine la dimensión de la comunidad, del grupo, en perjuicio de la dimensión del sujeto.

COMISIÓN BIBLIOGRÁFICA: Carmen Garrido, Gracia Viscasillas, Julio González