VIII Jornadas de la ELP:
"La soledad del psicoanalista"
La práctica analítica
Valencia, 14 y 15 noviembre, 2009
Sería difícil negar que la soledad, esa experiencia mayor de la existencia, evoca en la lengua un rasgo de negatividad. La declinación del discurso de hoy en día denuncia, como una especie de maldición, la soledad a la que el sujeto contemporáneo parece verse sometido. Y ve con impotencia, como en el imparable repliegue sobre sí mismo, el hombre de la modernidad se enfrenta a la paradoja de no querer sentirse descartable, abandonado a sus propios recursos y demanda la compañía del semejante. Al mismo tiempo que experimenta la amenaza que suscita el encuentro con el Otro. El empuje a huir de la soledad, hace retornar al sujeto al inevitable exilio de sí mismo. Mostrándole que, de una u otra forma, la subjetividad está inexorablemente atravesada por un encuentro siempre fallido.
Es un hecho que el psicoanalista, en su práctica, está solo. Freud, en la laxitud con la que enmarcaba la praxis, dejaba al psicoanalista dirigir la experiencia con su propio estilo, previniéndolo de los riesgosde la identificación. Dicho de otra forma, lo remitía a la buena forma de la soledad, aquella que sólo se orienta en la relación del analista con su propio inconciente. "Lo colectivo no es nada más que el sujeto de lo individual", escribía en 1923. Y de la misma forma que remitía a cada psicoanalista a su propia soledad, no dejaba de afirmar que el Psicoanálisis “es una obra exquisitamente colectiva” se lo decía en una carta a George Grodeck, siempre refractario a hacer de las soledades una serie.
Pero es sin duda Jacques Lacan, quien al fundar su Escuela hace resonar, con la precisión adecuada, una interpretación que conmueve el edificio del movimiento analítico: “tan solo como siempre he estado en mi relación con la causa analítica”. Tan solo, podemos afirmar, como cualquier analista está en relación con aquello que lo causa.
Lejos estamos de entender la soledad del psicoanalista como una forma de dramatismo. Más bien nos inclinamos a inscribirla como una de las satisfacciones del encuentro con la diferencia absoluta. Es el resto de buen humor que puede desprenderse de lo singular, y de lo imposible. La disociación entre causa e ideal, reenvía al practicante al esfuerzo por discernir, de qué manera, la soledad de cada uno, está sostenida por el efecto de vivificación que ha sido extraído del propio análisis.
Kazimir Malevich, al que hemos elegido para ilustrar el cartel que nos acompaña en estasVIII Jornadas de la Escuela, supo, sin duda plasmar el sin semblante de una soledad compartida pero infinitamente extranjera.
En uno de sus escritos más interesantes, publicado en 1927 por la Bauhaus en Dessau, supo transmitir, con una claridad meridiana la buena posición del sujeto con la verdad: “Cada hombre quiere sobre todo conocer la Verdad, cualquier impresión de lo Verdadero no le satisface, más que eso, quiere conocer las causas de todas las causas, y es por ello que construye una cultura entera con diversas llaves maestras para, con ellas, abrir la cerradura de la silenciosa naturaleza, que para ocultar suauténtico secreto ha escondido la llave, por eso es poco probable que alguien un día llegue a encontrarla.”
Efectivamente la llave está perdida y todo indica que para siempre. De ahí que la soledad, más que una maldición de la existencia, es para el analista el buen partenaire cotidiano, aquel que inaugura, de una manera inédita, un discurso sin palabras. Dondela inescrutable opacidad del origen tiene la posibilidad de transmutarse en entusiasmo por la vida.
Con la participación de Eric Laurent y Leonardo Gorostiza.
Comisión de organización:
Responsable: Miguel Angel Vázquez.
Gabriela Alfonso,Carmen Carceller, Emilio Faire, Concha Lechón, Patricia Tassara y Oscar Ventura.
Comisión bibliográfica:
Carmen Garrido, Julio González y Gracia Viscasillas.
Comité científico:
Marta Davidovich, Hebe Tizio, Francesc Vila, María Navarro y Lucía D’Angelo (más Uno).